lunes, 9 de agosto de 2010

Crónicas

El lector del Asilo
En Montería abundan los personajes que 'no son noticia'. Esta es una breve crónica de uno de ellos.


Por Carlos Marín Calderín

Los días son cada vez más acelerados. Miles de personas en Montería, como en todo el mundo, corren de aquí para allá en procura de cumplir con sus trabajos, exigencias académicas, compromisos sociales o simplemente interesadas en el esparcimiento o el mejoramiento de su apariencia.

La ciudad ha crecido y hoy cuenta con un parque automotor mucho más elevado, negocios de todo tipo por doquier, caras nuevas provenientes de toda Colombia y una dinámica más urbana que la de hace unos años. Más gente habita Montería. Muchos más sonidos se escuchan producidos por el ajetreo diario de la actividad comercial. Olores distintos se perciben por todos los rincones.

Pero en medio de toda esa muchedumbre confusa, también existen los solitarios. Los que ven pasar la vida porque la vida así se los impuso. A algunos de ellos los han olvidado. Otros se olvidaron del mundo para sufrir menos.

Miguel Enrique Montoya Sotelo es de los que ven pasar la vida porque la vida así se los impuso. Desde hace casi seis años vive en el Asilo del Perpetuo Socorro de Montería, a donde lo llevó un amigo que lo encontró durmiendo en la calle. Ahí recibe su alimentación y cuenta con un espacio en donde duerme y 'existe', aunque no parezca.

Pero él ve pasar no sólo la vida de quienes cruzan por el Asilo todas las mañanas a sus lugares de labores, sino la vida de unos personajes cuyas obras, a pesar de haber sido ejecutadas hace más de dos mil años, aún son noticia.

Miguel Enrique Montoya Sotelo es el lector del Asilo. El hombre que todas las mañanas –mientras unos se atropellan para llegar a tiempo a sus destinos y otros se las ingenian para ganarse el día–, se sumerge en las historias contenidas en uno de los libros más leídos del mundo, el libro que narra las enseñanzas del hombre que fue asesinado injustamente después de que un gobernador se lavara las manos.

Miguel Enrique tiene 62 años de edad. Es natural de Maracayo (Montería, vía a Tierralta). Muchos años vendió paletas por las calles en Planeta Rica y otros tantos trabajó como fotógrafo social allá en su pueblo hasta que le robaron sus equipos y no tuvo más que hacer.

Se levanta a las 5:00 a.m. Colabora con el aseo de una parte del Asilo y de inmediato toma su libro y se sienta en el patio a leer, de frente a la Avenida Circunvalar.

"Estoy aquí por la voluntad de Dios. La palabra dice que los que estamos con Jesucristo tenemos que vivir como él vivió… soportando todo en amor", dice mientras comenta que por estos días lee el Libro de Marcos.

Escucha programas radiales hasta el mediodía después de leer. Por las tardes ayuda en la conducción de sus compañeros hacia el comedor y luego hasta los dormitorios. Su familia sabe que reside en el Asilo, pero se lamenta porque nunca nadie lo ha visitado.

"La palabra dice que quien se hace amigo del mundo, se constituye en enemigo de Dios. Estoy esperándolo… lo que más le pido es que me dé fuerzas", dice el lector.

Miguel Enrique forma parte del grupo de personas que apenas existe cuando alguien las descubre. Gente del común que tiene una historia que contar, que pocos han escuchado, que jamás pensaron salir en un periódico, que tienen vidas a veces más tormentosas o felices que la de los personajes públicos que a diario registran los medios de comunicación.

Unas personas van, otras vienen. Casi todo el mundo habla. Una enorme cantidad vende, otra compra. La vida pasa a mil. Todo el mundo tiene un nombre y un sueño. Cada quien quiere mejorar. Están los que lloran fracasos o pérdidas, están los que celebran luchadas victorias o su buena suerte. Miguel lee. Simplemente lee.

4 comentarios:

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  3. Por aquí estuve. Miguel sí existe: lee. Buena crónica, Carlos. Un fuerte abrazo.

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  4. Por aquí estuve. Miguel sí existe: lee. Buena crónica, Carlos. Un fuerte abrazo.

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